Mindfulness para reducir el estrés… o qué podemos hacer para vivir mejor

La práctica de mindfulness va más allá de la relajación. Esta es, sin duda, un primer paso necesario, pero si de verdad queremos reducir el estrés —y desde una perspectiva interna— conviene introducir otros elementos como conocer mejor las dinámicas de la propia mente, entrenar la aceptación y actuar desde la templanza, además de recontextualizar vulnerabilidades que pueden ser, paradójicamente, fuente de las mayores fortalezas

Quizá ya has vivido esto: noches en las que, cuando quieres descansar, la mente empieza a dar vueltas en círculos alrededor de los mismos temas, en una iteración que puede hacer de la vida una pesadilla; o una piel enrojecida, inflamada, doliente, que parece pedir que la arranques a tiras para acabar de una vez por todas con ese malestar; o una tensión anormalmente alta; o, simplemente, una sensación de incomodidad, de vacío más o menos leve que asoma al final del día y que parece que urge rellenar… con una nueva serie, un trago a esa cerveza o una comida de más.

Los placeres inmediatos no son el problema. El placer es una parte amable de la vida, jugosa y fructífera, sobre todo cuando encierra deleite, presencia y conciencia de su fugacidad. Sí lo es la evitación, o el impulso a evadirnos de realidades que necesitamos afrontar, pero que nos producen un repelús a menudo subrepticio, que acecha desde lo más recóndito de la conciencia para emerger en la noche, cuando los mecanismos de control bajan la guardia y ascienden, aprovechando la ocasión, los pequeños o grandes demonios internos.

La circularidad de la mente nos encierra en una cárcel de apariencia sólida que, sin embargo, se conforma de barrotes inasibles, traslúcidos, apenas fantasmas de la conciencia que podemos pulverizar a la luz de una atención plena que nos revelará que esa es, sencillamente, una de tantas perspectivas posibles.

Conocer la mente

La mente tiene, además, un cierto sesgo negativo derivado del instinto de supervivencia que nos ha permitido llegar hasta aquí. Somos descendientes de aquellos que imaginaron mil y una catástrofes en un entorno, con toda probabilidad, mucho más duro que el nuestro.

El cerebro está diseñado para sobrevivir: nadie dijo para ser feliz. En el año 2010 un artículo publicado en la revista científica Science apuntaba que una mente que divaga es una mente infeliz. Y nos pasamos, como media, un 47% de nuestro tiempo soñando despiertos, esto es: alejados de la experiencia directa de los sentidos o, si lo prefieres, pensando en acontecimientos que, en ese preciso instante, solo existen en nuestra imaginación.

La cuestión es que, en cierto modo, no podemos elegir pensar de otra manera o, al menos, no todo el tiempo. La mente encierra su propia dinámica, que no decidimos nosotros o esa idea sobre quiénes somos. Por supuesto, podemos influir en ella, pero, ¡ay cuando nos descuidamos! Vuelven los viejos patrones, las inercias y, en ocasiones, sin que ni siquiera nos demos cuenta de que esto ha sucedido.

Los buddhistas hablan de 8 dharmas mundanos como 8 fuerzas tempestuosas de la vida cotidiana a las que todos, antes o después, nos enfrentamos. Se agrupan por pares: ganancia y pérdida, fama e infamia, éxito y fracaso, placer y dolor. ¿Qué podemos hacer si nos encontramos en medio de esa tormenta, azotados por los vientos de la vida?

Aceptar, percibir, actuar

Desde luego, actuar, es decir, hacer lo que sea posible en ese momento. Pero, ¿desde dónde lo hacemos? ¿Surge la acción de la ira o el miedo, o del cuidado, el juego y la exploración? Respirar profundamente y notar que el viento es, simplemente, viento, nos permitirá evaluar su impacto real, tener el coraje para atravesar las sensaciones y actuar desde la templanza, más que desde la sobreactuación.

Estar presente en las sensaciones se relaciona con una de las cualidades que destacó Jon Kabat-Zinn en los inicios del movimiento mindfulness y una de las claves en su eficacia como forma de regulación emocional: la aceptación, a menudo malentendida, que no es resignación ni pasividad, ni aceptar lo inaceptable ni comulgar con ruedas de molino.

Quizá una mejor traducción sería la de apertura o receptividad: abrirse a las sensaciones, respirar en ellas, recibirlas, volver a lo sensorial también ante esos acontecimientos que no nos agradan. Salir de la circularidad de la mente, abrir los ojos y decirnos: “Hey, esto es lo que hay. Y con esto que, me guste o no, ya está aquí, ¿qué hago?”.

Crear y cambiar la perspectiva

Esa es, precisamente, la definición de creatividad: notar que hay un problema, un desajuste, una fricción, un elemento en nuestro entorno que nos gustaría modificar; abrir los ojos, llevar una mirada de principiante y preguntarnos: y, con esto que ya está aquí, ¿qué hago?

La práctica nos puede llevar a adoptar una postura más abierta, con menos juicios preconcebidos y, por tanto, más creativa. Pero antes es necesario salir de esa cárcel de pensamientos alborotados, llegar a un estado de mayor calma y espaciosidad sabiendo, a la vez, que los vientos de la vida volverán a soplar, que la mente se volverá a agitar, porque esa es su naturaleza, pero que tenemos la posibilidad de cuidarla, calmarla y darle, también, los tiempos de descanso que necesita.

Esa sensación de mayor espacio y amplitud nos da la oportunidad de conocer mejor las voces que fueron barrotes pero que también son estructura. Nos facilita percibir y alimentar otros susurros, y notar que los vientos son además lianas, soporte, vehículos capaces de llevarnos allá donde, quizá, estamos llamados a ser.

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Y a ti, ¿qué te ayuda a reducir el estrés?

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