Hace más de 3 años escribí este texto que pretendía ser una investigación en primera persona sobre lo que suponía para mí este encuentro entre mindfulness y escritura. Estos días, y con motivo de una conversación con una persona querida, lo recuperé pensando en encontrar un “dinosaurio”, unas cuantas líneas esclerotizadas y sin sentido. Lo cierto es que, sin pretender llegar a verdades absolutas, me parece que contiene elementos que pueden ayudarnos a la reflexión. He añadido, [entre corchetes], algunos matices que añadiría en este momento. Y sí, sigo pensando que, si aún sientes ese impulso dentro de ti, no te frenes: Escribe Ahora
¿Por qué nace este espacio? ¿Acaso hace falta más ruido en el zumbido incesante de la red? ¿Cuál es mi brújula para que las palabras sumen más que resten, generen una mirada nueva, que conecte, aporte, ayude y construya, más que confunda (aunque la confusión sea inherente a la comunicación)?
Creo que sobran repeticiones en bucle de ideas de otros.
Creo que la creatividad nace de una mirada limpia a lo que es, despojando a lo observado de todo filtro desvaído sobre lo que “debería ser” o lo que “ya ha sido”.
Creo, al mismo tiempo, que todo ser humano camina a hombros de gigantes, y que fagocitar aquello que nos apasione es parte imprescindible de la escalera creativa.
Creo en el discurso útil, verdadero, [oportuno] y, en lo posible, agradable -lo que el Buddha llamó “la recta palabra”-.
Creo en la palabra como medio de construcción del pensamiento.
Creo en la posibilidad de cultivar un estado de calma, confianza y lucidez, y de permitirse, desde la libertad, la evolución tranquila del ser. [Creo que en este proceso es necesario incluir, y hasta abrazar, los tiempos en los que “navegamos en la tormenta”… ¿Acaso existe otra opción?]
Creo en la escritura como práctica, como una forma más de atención plena, de observación serena [o turbulenta!] del discurrir del pensamiento.
Creo en el valor del juego y la ligereza, tanto como en la profundidad del conocimiento.
Creo en la fuerza de la escritura desde la presencia, es decir, desde el cuerpo. Una práctica de escritura generativa desde la mirada honesta.
Creo que nuestro mayor poder es el de la decisión y que, al mismo tiempo, es importante un dejarse llevar, un ir con la corriente, sin luchar contra ella, más bien navegando en ella.
En la vida vivimos a menudo esa experiencia. En el yoga, por ejemplo, hay una postura bien conocida, la llamada “el árbol”. En equilibrio sobre un solo pie, el otro apoyado en la pierna contraria, los brazos en alto, en cruz o por encima de la cabeza. Desde fuera, pareciera (idealmente) que reposamos en quietud.
Desde dentro, sin embargo, somos conscientes del vaivén, el tambaleo, el movimiento que surge de la raíz -nuestro único pie- y se traslada por todo el cuerpo, hacia la cabeza. Y vemos lo importante que es permitir el movimiento y, al tiempo, conservar una firmeza tal que nos permita mantener la postura.
Vulnerabilidad y, a la vez, determinación.
Hace más de 20 años fui instructora de buceo en el Caribe mexicano. Recuerdo especialmente la experiencia de navegar en el azul.
Ocurría cuando hacías una inmersión especialmente profunda y subías lentamente para hacer una parada de seguridad. Podías pasar ese tiempo, a media agua, navegando hacia la playa donde te sumergiste. Y entonces, no importaba dónde miraras. Arriba, abajo… Te rodeaba un azul intenso, eléctrico, cegador.
Te podía provocar una enorme sensación de vértigo o un bienestar indescriptible.
Elegí lo segundo.
Navegando en ese azul infinito, el único signo de la fuerza y curso de la corriente eran las partículas en suspensión. Te parabas, flotando ingrávido, y observabas su movimiento, apenas perceptible. Calculabas entonces cuánto te desviaba de tu rumbo, lo corregías en la brújula y continuabas. Así, de vez en cuando, un ejercicio intenso de navegación en la incertidumbre que, paradójicamente, requería de una calma total.
Bajo el agua, no puedes avanzar contracorriente. El mar siempre será más fuerte que tú. Has de ir con la corriente.
Y, ¿simplemente dejarte arrastrar?, dirás. En absoluto.
Se trata más bien de observar con detenimiento, conocer la corriente y actuar en consecuencia. Avanzar en diagonal a ella, alcanzando, en forma de zigzag tu objetivo -o al menos, acercarte a él, y completar el camino andando, después de una fantástica inmersión-.
En la vida es igual. Y también en la escritura.
Ante el vacío de la página en blanco, puedes elegir sentir el vértigo o las cosquillas en el estómago que preceden al entusiasmo. Puedes escribir incluso observando el vértigo y permitiendo que los dedos tecleen sin parar.
Puedes saber hacia dónde vas, notar si la corriente va a favor o en contra, tomar rumbo y zigzaguear si es necesario, observando los signos leves que te indican hacia dónde te arrastra la inercia, tu piloto automático, el entorno en el que te encuentras.
Para bucear, lo más importante es “hacer agua”, mojarte cada día, dejar que tu cuerpo aprenda a moverse en un planeta líquido.
También para escribir, nada habrá más importante que tu hábito de escritura. ¿Quieres ser? Empieza por hacer.