Para escribir un sólo verso es necesario haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; hace falta conocer a los animales, hay que sentir cómo vuelan los pájaros y saber qué movimiento hacen las flores al abrirse por la mañana.
Es necesario tener recuerdos de muchas noches de amor, en las que ninguna se parece a la otra (…). Y tampoco basta con tener recuerdos. Es necesario saber olvidarlos cuando son muchos, y hay que tener la paciencia de esperar a que vuelvan (…). Hasta que no se convierten en nosotros, sangre, mirada, gesto, cuando ya no tienen nombre y no se les distingue de nosotros mismos; hasta entonces no puede suceder que, en una hora muy rara, del centro de ellos se eleve la primera palabra de un verso”
Rainer Maria Rilke
La intuición del poeta no iba desencaminada. Hace falta ver mucha vida para condensar esa mirada consciente en las primeras palabras de un verso. Hace falta más: dejarse permear por autores que te fascinen, permitir que el silencio sea tanto cobijo como maestro, que cada momento sea oportunidad de aprendizaje y que uno pueda cabalgar cada instante sumergiéndose en el barro frío de la imperfección (donde germina la semilla).
Uno de los elementos que más me ha atrapado de la práctica de mindfulness es su enfoque fenomenológico o de exploración de la propia experiencia desde dentro, de una forma a la vez subjetiva y objetiva: subjetiva, puesto que la vivencia es propia e intransferible (incluso inefable, incomunicable, en última instancia); objetiva, puesto que la investigamos de una manera desidentificada, como si fuéramos científicos en su laboratorio —un laboratorio, por lo demás, interno—.
Esta observación fortalece el llamado yo testigo o esa parte de nosotros que, simplemente, observa sin enjuiciar. En la práctica, esta perspectiva fortalece la metacognición, es decir, la capacidad de ser conscientes de nuestros procesos internos y de regularlos (o, como nos gusta decir a veces, orientarlos).
Lo cierto es que este enfoque, y la práctica de años, me ayudó a ser más consciente de los diferentes procesos mentales que configuran los momentos creativos. Además, vi cómo, personas que ya tenían una práctica creativa, integraban de manera muy natural los ejercicios de mindfulness en ella.
Por otro lado, conocí el manual El camino del artista y vi que en él se conectaban, de manera muy intuitiva, recursos relacionados tanto con la práctica de mindful writing como con mindfulness y la Psicología. ¿Por qué no unir estas perspectivas?
Fruto de esta reflexión surgió el tema central de la edición actual del programa Escribe Ahora que estamos llevando a cabo (o, más bien, disfrutando 🙂 ) en estos momentos.
Quizá quieres saber más sobre ello y ver la Sesión Orientativa Gratuita que impartí antes del inicio de este trimestre:
¿Cuáles son los principales puntos que toqué en este encuentro?
Sobre la práctica de mindfulness:
- Este ejercicio cuenta con evidencia, sobre todo, en el aumento del bienestar psicológico y la reducción del estrés y la ansiedad. Se ha visto también un aumento de la creatividad en meditadores de largo recorrido (estudio).
- También se ha visto relación entre creatividad y prácticas de atención abierta (estudio). Las prácticas de concentración estarían relacionadas con la fase de incubación en el proceso creativo
- La práctica de mindfulness favorece el cultivo de actitudes como el no juicio, la apertura y la asunción de riesgos —todas ellas asociadas al proceso creativo—.
- La expresión creativa es compleja y comprende procesos diversos. La práctica de mindfulness consiste, en esencia, en “activar” y “desactivar” ciertas áreas del cerebro a voluntad: es decir, podemos realizar estos procesos de manera más consciente.
Sobre El camino del artista:
- Una de las prácticas esenciales son las “Páginas Matutinas”. Se trata, simplemente, del hábito de escribir cada día tres páginas tamaño folio de escritura en flujo de conciencia. Sin tachar, sin detenerse, sin corregir ni querer hacerlo “bien”. Uno de los pensamientos que surgen a veces es: “¿De verdad esto tiene sentido?”. Y la respuesta es sí. Con ello se fortalece un rasgo fundamental del pensamiento creativo: la capacidad de desinhibición.
- La otra es la que Julia Cameron llama “La cita con el artista”. Se trata, en esencia, de reservar un tiempo semanal a solas (y esto es importante) para hacer algo que te divierta. Puede ser algo absurdo, sin sentido ni objetivo alguno. De nuevo, asalta la duda: ¿por qué hacemos esto? Es más importante de lo que crees: se trata de fortalecer el hábito de jugar, de divertirse porque sí. Créeme, hay pocas cosas más importantes. Y, a la vez, el juego es la base de la expresión creativa. Como decía Einstein, “la creatividad es la inteligencia divirtiéndose”.
- A continuación, Julia Cameron lanza una serie de recursos para conectar con las llamadas fortalezas psicológicas: cultivar ciertas formas de ser que nos conecten con una mayor autonomía, compasión, expansión… Aquí es donde entra la práctica de mindfulness. Por un lado, para generar ese espacio seguro que es también esencial en el desarrollo de una expresión creativa saludable. Por otro, para ampliar recursos internos a través de, entre otros ejercicios, prácticas generativas de mindfulness.